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Toda la
arquitectura de la actual civilización está construida para que el ser humano
mire hacia afuera. Es decir, se identifique con los elementos fascinantes,
deslumbrantes, con los atractivos fatales que cautivan nuestra consciencia,
impidiéndole su despertar, su plena realización.
Quien
verdaderamente quiera despertar, quiera cumplir en sí mismo con el plan divino
y poseer las facultades del alma desarrollada, debe aprender a mirar hacia
adentro. Hacia las profundidades del Ser. Debe valerse de la lámpara de
Aladino, que solo sabe manipular la Divina Madre Kundalini.
Como
Pablo dice en la Escritura Sagrada:
“Toda obra, cualquiera que ella sea, será probada por el fuego.” Si admitimos
que Dios es fuego y fuego abrasador, entonces sabremos que Dios mismo es quien
probara nuestra obra.
Aquí
declaramos responsablemente que quien no trabaja con el fuego sagrado, no puede
ni morir, ni nacer. En consecuencia, está perdiendo su tiempo, si quiere
construir la casa santa, el Templo de Salomón. Si quiere construir debe
recurrir a la piedra. Lo que todavía se usa, aun sin saberlo, eso que la gente
llama “la primera piedra”, esa es la única piedra sobre la cual se construye
para siempre, es decir para la eternidad. Esa piedra es Cristo. Él es el
arquitecto y fundamento de la Gran Obra.
Mirar
hacia adentro es cumplir con el mandato del frontispicio del Templo de Delfos,
que dice: “Gnosce te ipsum.” Eso es convertirnos en internautas de nuestro
propio ser y descubrir la horrible podredumbre de nuestra alma, prisionera del
ego en sus infinitas manifestaciones. Es saber cómo es torturada nuestra propia
Pistis Sophia por el Obstinado ego. Conocer la dolorosa realidad de los
establos de Augias y tomar una actitud combativa, permanente, real de duro
trabajo para que finalmente la luz del Padre pueda manifestarse.
Conocer
nuestra realidad no es suficiente. Hay que dejar de hacer lo que estamos
haciendo y, por lo menos, empezar a hacer lo contrario de lo que es el defecto.
Por ejemplo, si somos flojos, empezar a ser diligentes. Si somos fornicarios
empezar, poco a poco, a ser castos. “Natura non facit saltus.” Poco a poco. Si
somos mentirosos, empezar a decir la verdad, a dejar de adornarnos con plumas
ajenas. Aunque todo lo descrito no es suficiente para desintegrar un defecto,
por lo menos debemos empezar por algo.
Una
cosa es ver el toro, otra cosa es
conocerlo. Otra cosa es torearlo. Otra cosa que requiere aún más ciencia, es
matarlo. Eliminarlo. Desintegrarlo, convertirlo en polvareda cósmica. Eso solo
lo sabe la Madre Divina Kundalini. Ella es la única Madre que nos lleva seguros
de la mano hacia el seno del Omnimisericordioso.
La
Madre Divina Kundalini puede y debe ayudarnos, pero exige comprensión de los defectos en los
49 niveles y a eso jamás llegaremos si no aprendemos a mirarnos hacia adentro.
A observarnos y a auto recordarnos. A vernos en su totalidad. Es decir, desde
afuera y desde adentro. A ver el contenido y el continente al mismo tiempo.
Hay
gente que se cree muy virtuosa y que nunca acepta que tiene defectos. Ese tipo
de personas siempre se andan justificando. No miran hacia sus adentros, hacia
la marejada de incongruencias, de malos pensamientos, de malas acciones, de
inacabable trajinar de defectos manifestados. Si no observan los que se
manifiestan, como conocerán entonces los que no se manifiestan, pero que están
latentes en lo profundo del alma humana.
Esos
seres humanos siempre serán esclavos de sus propias iniquidades, perversidades,
concupiscencias y errores. A esos les llama el Cristo saduceos, sepulcros
blanqueados.
Hay que
trabajar duro, permanentemente con el fuego sagrado del Espíritu Santo, con la
fuerza del sephirote Jesod, que es la primera piedra para que con su energía,
con su fuego pentecostés ascienda victorioso por el Caduceo de Mercurio y vaya
irrigando la tierra en sequía, sanando el corazón enfermo y repartiendo sus 7
dones según la fe y pureza de sus siervos.
Que el
esposo sagrado de la Divina Madre prepare nuestra alma para la vida eterna y
nos enseñe a encontrarnos con nosotros mismos, aquí y ahora. Que él y ella nos
bendigan siempre y nos hagan dignos de ser contados en su Santo Reino.
Así es.
Así es. Así es.
MARIANO
JOSE HERRERA VILLERA
MAESTRO
M.K.
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