miércoles, 29 de agosto de 2018

APRENDER A MIRAR HACIA ADENTRO

Foto: Pexels.

Toda la arquitectura de la actual civilización está construida para que el ser humano mire hacia afuera. Es decir, se identifique con los elementos fascinantes, deslumbrantes, con los atractivos fatales que cautivan nuestra consciencia, impidiéndole su despertar, su plena realización.

Quien verdaderamente quiera despertar, quiera cumplir en sí mismo con el plan divino y poseer las facultades del alma desarrollada, debe aprender a mirar hacia adentro. Hacia las profundidades del Ser. Debe valerse de la lámpara de Aladino, que solo sabe manipular la Divina Madre Kundalini.

Como Pablo dice en  la Escritura Sagrada: “Toda obra, cualquiera que ella sea, será probada por el fuego.” Si admitimos que Dios es fuego y fuego abrasador, entonces sabremos que Dios mismo es quien probara nuestra obra.

Aquí declaramos responsablemente que quien no trabaja con el fuego sagrado, no puede ni morir, ni nacer. En consecuencia, está perdiendo su tiempo, si quiere construir la casa santa, el Templo de Salomón. Si quiere construir debe recurrir a la piedra. Lo que todavía se usa, aun sin saberlo, eso que la gente llama “la primera piedra”, esa es la única piedra sobre la cual se construye para siempre, es decir para la eternidad. Esa piedra es Cristo. Él es el arquitecto y fundamento de la Gran Obra.

Mirar hacia adentro es cumplir con el mandato del frontispicio del Templo de Delfos, que dice: “Gnosce te ipsum.” Eso es convertirnos en internautas de nuestro propio ser y descubrir la horrible podredumbre de nuestra alma, prisionera del ego en sus infinitas manifestaciones. Es saber cómo es torturada nuestra propia Pistis Sophia por el Obstinado ego. Conocer la dolorosa realidad de los establos de Augias y tomar una actitud combativa, permanente, real de duro trabajo para que finalmente la luz del Padre pueda manifestarse.
Conocer nuestra realidad no es suficiente. Hay que dejar de hacer lo que estamos haciendo y, por lo menos, empezar a hacer lo contrario de lo que es el defecto. Por ejemplo, si somos flojos, empezar a ser diligentes. Si somos fornicarios empezar, poco a poco, a ser castos. “Natura non facit saltus.” Poco a poco. Si somos mentirosos, empezar a decir la verdad, a dejar de adornarnos con plumas ajenas. Aunque todo lo descrito no es suficiente para desintegrar un defecto, por lo menos debemos empezar por algo.

Una cosa es  ver el toro, otra cosa es conocerlo. Otra cosa es torearlo. Otra cosa que requiere aún más ciencia, es matarlo. Eliminarlo. Desintegrarlo, convertirlo en polvareda cósmica. Eso solo lo sabe la Madre Divina Kundalini. Ella es la única Madre que nos lleva seguros de la mano hacia el seno del Omnimisericordioso.

La Madre Divina Kundalini puede y debe ayudarnos,  pero exige comprensión de los defectos en los 49 niveles y a eso jamás llegaremos si no aprendemos a mirarnos hacia adentro. A observarnos y a auto recordarnos. A vernos en su totalidad. Es decir, desde afuera y desde adentro. A ver el contenido y el continente al mismo tiempo.

Hay gente que se cree muy virtuosa y que nunca acepta que tiene defectos. Ese tipo de personas siempre se andan justificando. No miran hacia sus adentros, hacia la marejada de incongruencias, de malos pensamientos, de malas acciones, de inacabable trajinar de defectos manifestados. Si no observan los que se manifiestan, como conocerán entonces los que no se manifiestan, pero que están latentes en lo profundo del alma humana.

Esos seres humanos siempre serán esclavos de sus propias iniquidades, perversidades, concupiscencias y errores. A esos les llama el Cristo saduceos, sepulcros blanqueados.

Hay que trabajar duro, permanentemente con el fuego sagrado del Espíritu Santo, con la fuerza del sephirote Jesod, que es la primera piedra para que con su energía, con su fuego pentecostés ascienda victorioso por el Caduceo de Mercurio y vaya irrigando la tierra en sequía, sanando el corazón enfermo y repartiendo sus 7 dones según la fe y pureza de sus siervos.

Que el esposo sagrado de la Divina Madre prepare nuestra alma para la vida eterna y nos enseñe a encontrarnos con nosotros mismos, aquí y ahora. Que él y ella nos bendigan siempre y nos hagan dignos de ser contados en su Santo Reino.

Así es. Así es. Así es. 


MARIANO JOSE HERRERA VILLERA
MAESTRO M.K.  


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