domingo, 6 de mayo de 2018

LAS 4 "C" DEL CRSITO



Los caminos de la Luz del Cristo son insondables, llenos de misterios. Cada iniciado vive su proceso en forma propia y muy particular. 

A continuación describimos el proceso del apóstol Pablo, el Gran Maestro Hilarión, tomado de nuestro libro "EL MISTERIO del CRISTO vivo develado"


Solemnemente afirmamos que la fe que es una energía del alma Divina. “Tened fe como un grano de mostaza y moveréis montañas”, había dicho el Divino Hijo del Tesoro de la Luz en sus enseñanzas. La fe es convicción, por lo cual, hay que conviccionar, y eso los fornicarios y adúlteros jamás lo experimentaran por sus iniquidades, por su rebeldía o por su ignorancia.

En el apóstol Pablo, la fe conlleva un proceso que pasa por las 4 “C” del Cristo, aunque en algunos caminantes del sendero éstas no se procesan en el mismo orden.

La primera “C” es la “conmoción” sufrida por Saulo al ser derribado del caballo, cuando el rayo de Luz Poderosísimo de nuestro Señor el Cristo lanza al perseguidor, de bruces contra la tierra y éste, asustado, conmocionado, exclama: “¡Adonay, Adonay!”, que quiere decir: “¡Oh mi Dios, ¡mi Señor!”. Según se narra en Hechos, fue conducido a Damasco y permaneció ciego y mudo durante tres días, sin comer ni beber. Es decir, en total conmoción. Hasta que Ananías, por mandato del Cristo le impuso las manos y recobró el habla, la vista y la conciencia de sí. Este proceso de conmoción es en Pablo un real y verdadero proceso de Psicoestasia, dirigido por nuestro Señor Jesús el Cristo, y que para los estudiosos esoteristas corresponde a la carta número 20 de los arcanos mayores del Sagrado Tarot Egipcio.

La segunda “C” es el paso a la conversión. Es decir, esa terrible conmoción lleva al alma al estado de shock, de catarsis, que produce un cambio profundo, una rectificación en la personalidad, en el sentir, en el pensar, en el hablar y en el actuar. Esa es la razón por la cual, una vez recobrado el estado concientivo, Pablo empieza su vida apostólica predicando la doctrina del Cristo en el mismo Damasco. Hecho este muy parecido al experimentado por Jonás, quien después de salir supuestamente del vientre de la ballena, en el cual estuvo tres días, lo primero que hizo fue predicar el evangelio en Nínive. El libro de los Hechos testimonia esa vocación y el evangelista Lucas, que fue su amigo y compañero hasta la hora de la muerte, dice que Pablo “se esforzaba… demostrando que Jesús era el Cristo”. Ver Hechos capítulo 9, versículo 22. Si hacemos un análisis minucioso, más allá de lo convencional, obtendremos la clave del proceso Paulino, sumando 9 del capítulo, más 22 del versículo nos da 13 como resultado. Y el 13 es en sagrado Tarot egipcio: “Muerte y Resurrección”. Y eso fue lo que Pablo vivió: muerte para pecados de celos religiosos y resurrección para Dios, para ayudar al Cristo a explicar al mundo su doctrina de salvación.
Todo lo cual interpretado por los Arcanos Mayores del prenombrado tarot egipcio simboliza “Muerte y Resurrección”. Muerte del nuevo Apóstol para el mundo y sus concupiscencias, y resurrección para el mundo espiritual del Cristo y la Luz del Padre Eterno. Aun si no sumáramos cabalísticamente también tendríamos una clave de su proceso porque el 9 es la Iniciación, la Iniciación en los Misterios, la Lámpara de Aladino, la Piedra cúbica de Jesod, el ermitaño, en tanto que el 22 simboliza el retorno, el regreso del hijo pródigo al seno de Abraham, nuestro Padre en la fe.

La tercera “C” tiene que ver con la Contricción, que algunos teólogos definen como el dolor, la vergüenza, la pena que experimenta el alma por extraviarse, por haber ofendido la Majestad Divina, sus leyes y sus santos designios. Es el dolor del corazón que produce la enmienda, la corrección, la vuelta del rostro extraviado hacia la grandeza del Inefable. Contricción que le hace repetir al Iniciado en los Misterios hasta el infinito, la frase latina: “Bonum mihi quia humilisti me. Cor contritum et humiliatum. Deus non despicies.”

En la cuarta “C” llegamos a la Convicción, al pleno conocimiento de la verdad. Es decir, a adquirir una de las virtudes del Espíritu Santo que es la Fe. La Fe es fruto del trabajo con el Espíritu Santo. Después de su resurrección interior y siendo Pablo, prisionero de Cristo, avanzado en su trabajo iniciático, el gran Maestro Hilarión, o Pablo apóstol, puede sabiamente afirmar en hebreos 11, lo que es la Fe y por eso acertadamente la define: “Es, pues, la Fe la certeza de lo que se espera, la Convicción de lo que no se ve…”
“Sin Fe es imposible agradar a Dios”. Imposible hablar de Fe si no se trabaja en el lecho santo, sin mancilla, con la fuerza del Espíritu Santo y si no se vive intensamente el proceso de las cuatro “C” del Cristo. Por esta razón, el apóstol Santiago, que es la parte autónoma y autoconsciente de nuestro Ser que dirige la Gran Obra del Padre, en su epístola universal afirma que, “La Fe sin las obras es muerta”. No se trata de obras de caridad, ni de limosna, ni de misericordias vanas; se trata de Fe en Cristo nuestro Señor y Salvador. Debemos acordarnos que: “Jesús el Cristo es el autor y consumador de la Fe”, hebreos capítulo 12, versículo 2.

El apóstol Santiago abunda más todavía al decir en alguna parte de la Escritura, “muéstrame tu Fe, que yo te mostrare mis obras”. Aunque torva y torpemente un pasaje de la misa católica dice: “Señor no mires nuestros pecados, si no la Fe de tu Iglesia”. Faltándole respetos a Dios; puesto que le están dando instrucciones de hacia dónde debe mirar e ignorando, lo que dice el apóstol Santiago en su epístola, sobre que la “Fe sin las obras es muerta”.

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