Los caminos de la Luz del Cristo son insondables, llenos de misterios. Cada iniciado vive su proceso en forma propia y muy particular.
A continuación describimos el proceso del apóstol Pablo, el Gran Maestro Hilarión, tomado de nuestro libro "EL MISTERIO del CRISTO vivo develado"
Solemnemente afirmamos que la fe
que es una energía del alma Divina. “Tened
fe como un grano de mostaza y moveréis montañas”, había dicho el Divino
Hijo del Tesoro de la Luz en sus enseñanzas. La fe es convicción, por lo cual,
hay que conviccionar, y eso los fornicarios y adúlteros jamás lo experimentaran
por sus iniquidades, por su rebeldía o por su ignorancia.
En el apóstol Pablo, la fe
conlleva un proceso que pasa por las 4 “C” del Cristo, aunque en algunos
caminantes del sendero éstas no se procesan en el mismo orden.
La
primera
“C” es la “conmoción” sufrida
por Saulo al ser derribado del caballo, cuando el rayo de Luz Poderosísimo de
nuestro Señor el Cristo lanza al perseguidor, de bruces contra la tierra y
éste, asustado, conmocionado, exclama: “¡Adonay,
Adonay!”,
que quiere decir: “¡Oh mi Dios, ¡mi Señor!”. Según
se narra en Hechos, fue conducido a Damasco y permaneció ciego y mudo durante
tres días, sin comer ni beber. Es decir, en total conmoción. Hasta que Ananías,
por mandato del Cristo le impuso las manos y recobró el habla, la vista y la
conciencia de sí. Este proceso de conmoción es en Pablo un real y verdadero proceso
de Psicoestasia, dirigido por nuestro Señor Jesús el Cristo, y que para los
estudiosos esoteristas corresponde a la carta número 20 de los arcanos mayores
del Sagrado Tarot Egipcio.
La
segunda “C” es el paso a la conversión. Es decir, esa terrible conmoción
lleva al alma al estado de shock, de catarsis, que produce un cambio profundo,
una rectificación en la personalidad, en el sentir, en el pensar, en el hablar
y en el actuar. Esa es la razón por la cual, una vez recobrado el estado
concientivo, Pablo empieza su vida apostólica predicando la doctrina del Cristo
en el mismo Damasco. Hecho este muy parecido al experimentado por Jonás, quien
después de salir supuestamente del vientre de la ballena, en el cual estuvo
tres días, lo primero que hizo fue predicar el evangelio en Nínive. El libro de
los Hechos testimonia esa vocación y el evangelista Lucas, que fue su amigo y
compañero hasta la hora de la muerte, dice que Pablo “se esforzaba… demostrando que Jesús era el Cristo”. Ver
Hechos capítulo 9, versículo 22. Si hacemos un análisis minucioso, más allá de
lo convencional, obtendremos la clave del proceso Paulino, sumando 9 del
capítulo, más 22 del versículo nos da 13 como resultado. Y el 13 es en sagrado
Tarot egipcio: “Muerte y Resurrección”. Y eso
fue lo que Pablo vivió: muerte para pecados de celos religiosos y resurrección
para Dios, para ayudar al Cristo a explicar al mundo su doctrina de salvación.
Todo lo cual interpretado por los
Arcanos Mayores del prenombrado tarot egipcio simboliza “Muerte y Resurrección”. Muerte del nuevo Apóstol
para el mundo y sus concupiscencias, y resurrección para el mundo espiritual
del Cristo y la Luz del Padre Eterno. Aun si no sumáramos cabalísticamente
también tendríamos una clave de su proceso porque el 9 es la Iniciación, la
Iniciación en los Misterios, la Lámpara de Aladino, la Piedra cúbica de Jesod,
el ermitaño, en tanto que el 22 simboliza el retorno, el regreso del hijo
pródigo al seno de Abraham, nuestro Padre en la fe.
La
tercera “C” tiene que ver con la Contricción, que algunos teólogos
definen como el dolor, la vergüenza, la pena que experimenta el alma por
extraviarse, por haber ofendido la Majestad Divina, sus leyes y sus santos
designios. Es el dolor del corazón que produce la
enmienda, la corrección, la vuelta del rostro extraviado hacia la grandeza del
Inefable. Contricción que le hace repetir al Iniciado en los Misterios hasta el
infinito, la frase latina: “Bonum mihi quia
humilisti me. Cor contritum et humiliatum. Deus non despicies.”
En
la cuarta “C” llegamos a la Convicción, al pleno conocimiento de la verdad.
Es decir, a adquirir una de las virtudes del Espíritu Santo que es la Fe. La Fe
es fruto del trabajo con el Espíritu Santo. Después de su resurrección interior
y siendo Pablo, prisionero de Cristo, avanzado en su trabajo iniciático, el
gran Maestro Hilarión, o Pablo apóstol, puede sabiamente afirmar en hebreos 11,
lo que es la Fe y por eso acertadamente la define: “Es, pues, la Fe la certeza de lo que se espera, la
Convicción de lo que no se ve…”
“Sin
Fe es imposible agradar a Dios”. Imposible hablar de Fe si no se trabaja en
el lecho santo, sin mancilla, con la fuerza del Espíritu Santo y si no se vive
intensamente el proceso de las cuatro “C” del
Cristo. Por esta razón, el apóstol Santiago, que es la parte autónoma y
autoconsciente de nuestro Ser que dirige la Gran Obra del Padre, en su epístola
universal afirma que, “La Fe sin las obras es muerta”. No se trata de obras de
caridad, ni de limosna, ni de misericordias vanas; se trata de Fe en Cristo
nuestro Señor y Salvador. Debemos acordarnos que: “Jesús el Cristo es el autor y consumador de la Fe”, hebreos
capítulo 12, versículo 2.
El apóstol Santiago abunda más
todavía al decir en alguna parte de la Escritura, “muéstrame tu Fe, que yo te mostrare mis obras”. Aunque
torva y torpemente un pasaje de la misa católica dice: “Señor no mires nuestros pecados, si no la Fe de tu
Iglesia”.
Faltándole respetos a Dios; puesto que le están dando instrucciones de hacia
dónde debe mirar e ignorando, lo que dice el apóstol Santiago en su epístola,
sobre que la “Fe sin las obras es muerta”.
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