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Imagen: Archivo Digital |
Las cosas normales son las cosas que todo el mundo hace y que por tanto, son aceptadas en la sociedad e incorporadas como costumbres, como hábitos o tradición. Esto no indica que necesariamente esas cosas tengan que ser buenas, ni éticamente correctas.
Lo normal en una sociedad o en determinada cultura, puede no ser normal en otra. Por ejemplo, entre los musulmanes es costumbre prosternarse en oración a Ala, tres veces diarias en las plazas o en las sinagogas. Lo normal para los preceptos del Corán en algunas de sus 114 azoras, es que el hombre conviva con cuantas mujeres pueda mantener, pero eso no es normal para los cristianos, pues constituye un aberrado adulterio. Lo normal para los hindúes es ser vegetarianos y respetar la vida de la vaca, pues representa un aspecto de la Divina Madre, pero el gnóstico que no es fanático, sabe que debe consumir algo de carne roja en su dieta porque hay que darle alimento al tatwa Tejas para que el fuego sexual se active o se mantenga. Eso es lo normal entre nosotros.
Lo normal entre chinos, japoneses, coreanos, mongoles, tailandeses y tibetanos es creer en la reencarnación, tema que es enseñado en los pensum de estudios oficiales, y eso les ha hecho trabajar sobre sí mismos y ser reflexivos a la hora de actuar por el temor a las consecuencias en vidas futuras. También esta creencia les ha ayudado a conservar y cuidar el medio ambiente, la biodiversidad, el equilibrio sano entre el hombre y la Madre Naturaleza.
Sin embargo, esa creencia de la reencarnación, cuestionada y poco aceptada entre europeos y americanos debido a la influencia romana, y sumado a la voracidad capitalista y al materialismo depredador, ha producido entre los occidentales una ruina total de la naturaleza y ha desestabilizado el clima, con sus nefastas y dolorosas consecuencias experimentadas por todos nosotros.
Lo normal entre las tribus vagrollas del sur de India es execrar, perseguir a la mujer a quien se le muere el esposo, expulsándola, sacándola de su pueblo, pues piensan que no tuvo méritos ante Dios para mantener vivo a su marido y en consecuencia, no puede vivir entre esa comunidad. ¿Qué tal que eso se hiciera entre nosotros los occidentales?
De los africanos, sus costumbres y sus cosas normales, recuerdo un dictador del siglo pasado, del centro de África, que todos los días peleaba con tres mujeres y a aquella que perdía la ejecutaba y consumía sus hígados en desayuno macabro. En muchas comunidades africanas todavía se anda semidesnudo o en guayucos. Eso es normal entre ellos, pero no entre los occidentales.
Afirmo que los gnósticos verdaderos somos anormales. Lo común en estos tiempos finales, lo aceptado entre nuestras sociedades es que el hombre adultere, que fornique, que lleve a la cama a cuanta mujer pueda. A esa práctica la disfrazan con el eufemismo de “echar una canita al aire.” Lo normal es ser corrupto, ser vivo y asumir aquel dicho que afirma que: “Todos los días sale un pendejo a la calle y el que lo agarre es de él.” “A mí, no me den. Sino, pónganme donde hay”, me decía un policía amigo en Baltimore.
Lo normal es ser corrupto, caer en concusión, especialmente en el área del ejercicio de las funciones del Estado. Recientes y antiguos escándalos internacionales así lo confirman. En estos países tropicales hay muchas leyes, pero poca justicia. Y siempre la justicia penal tiene un precio muy alto, impagable para el pobre.
Lo normal ahora, es parrandear y llegar al hogar, al día siguiente borracho, hediondo, revolcado. Lo normal es estar gastando más de lo que se gana. Lo normal es la vanidad, el orgullo. Estar a la moda, pintarse el cabello cada 15 días, estar metida todo el día en grandes malls, andar luciendo el cuerpo femenino e insinuándose como muy sexy, muy odalisca. Normal es chatear 12 horas diarias, sin hablar con nadie de la familia.
Lo normal es la mentira. Todo el mundo miente. Desde el presidente de la República hasta el más humilde portero de una institución. Mentir es una forma de negar información, de desviar información, de generar información falsa o de bloquear toda información.
Lo normal es la violencia intrafamiliar. El irrespeto entre esposos, entre padres e hijos o entre los hijos entre sí. Lo normal es abandonar a los hijos y ser machista. Lo normal es que las familias están en crisis porque los padres han perdido la función fiscalizadora, ductora y orientadora de sus hijos y algunos, se han convertido en proveedores de bienes, de ropas, de celulares o de techo, y eso en los padres que todavía pueden hacerlo.
Lo normal es que toda la ciencia y la tecnología mundial estén concentradas en crear o perfeccionar armas de destrucción masivas y entre más letales, mejor para los países de origen, pero peor para la humanidad.
Los gnósticos verdaderos, los que andamos sobre el filo de la navaja, los que vivimos la Gnosis de instante en instante, los que en mayor o menor grado hemos llegado a la Autognosis, los que no somos borregos, ni repetimos frases de desgastados clichés como loros, somos anormales. Los que vivimos equilibradamente los 3 Factores de la Revolución de la Consciencia o del alma somos anormales. Quienes en estos momentos de la Gran Ramera, momentos de la apostasía final, momentos de ateísmo radical, momentos de la gran tribulación nos aferramos al Cristo Salvador, somos vistos y tenidos como anormales.
Sin embargo, somos linaje sagrado. Los gnósticos castos, puros y de noble corazón, somos el nuevo pueblo de Israel, habitantes de hecho y por derecho de la Jerusalén de arriba, la Patria del Espíritu. Por esa razón, andamos siempre alegres. Caminamos entre las llamas sin sentir su calor y vamos por el mundo dibujando alegrías en el rostro de nuestros semejantes y sembrando sonrisas en sus almas. Consolando y reconfortando aunque sea con una palabra de fe a nuestro prójimo herido en la dura batalla de la vida. Por eso somos criticados, puestos y considerados como anormales.
Los gnósticos verdaderos, los que no creemos, ni aceptamos meter la Gnosis entre 4 paredes, los que creemos que esta ciencia y sabiduría va mucho más allá del simple comer pan y beber vino, somos totalmente anormales para el mundo, pero portaestandartes de la verdad y de la promesa que dice en Juan, capitulo 1: “Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.”
Gnósticos verdaderos, reales, son los que no dividimos sectariamente esta sabiduría del Universo en grupitos de fanáticos irredentos e irreversibles, los que hemos aceptado las palabras de Pedro, el gran hierofante, cuando en su Primera epístola dijo a la humanidad: “Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, más para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios, por medio de Cristo. He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa. Y el que creyere en el no será avergonzado. Para vosotros, pues los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen, la piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo y piedra de tropiezo y roca que hace caer.”
Somos anormales porque no participamos de las concupiscencias de la sociedad, porque no cohonestamos con sus iniquidades, aunque seamos de carne y hueso y nos toque ganarnos nuestro sustento honradamente con el sudor de nuestras frentes. Somos anormales porque vivimos el aquí y el ahora de instante en instante, porque hemos aprendido a ver más hacia adentro de nosotros mismos que hacia afuera.
Trabajamos duro y permanentemente para pasar las duras pruebas a que somos sometidos, aunque no todas las cosas son pruebas, pues algunas cosas son consecuencia de nuestros errores. Obviamente que los procesos que vivimos no son experimentados por la sociedad, a veces ni siquiera por nuestras propias familias, pues bien lo afirma Pablo en 1 Corintios 2, 14: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente…”
Los gnósticos verdaderos, los auténticos, los que hemos dejado todo, para ganarlo todo, tenemos la promesa del Eterno y de su Hijo y eso está plasmado en nuestra Liturgia, cuando se proclama:
“Yo os digo a vosotros, hermanos gnósticos, deberéis sobrepasar a todos los pueblos de la tierra en gloria, poder y fuerza, sobre lo que se ve y sobre todo aquello que está oculto a los ojos de la carne.” Así es. Así es. Así es.
Ahora y por tanto, quedando explicada nuestra afirmación de por qué somos anormales, os deseo, hermanos queridos que: la bendición de Dios Todopoderoso, el Padre de todas las luces, Padre de todo lo creado, el Padre de todos los infinitos, sea sobre todos vosotros y os haga herederos y participes de su amor, de su Luz, de su Divina Gracia, de su divina misericordia y dignos en todo momento de ser contados en el Reino de lo Eterno. OM TAT SAT IAO IAO IAO.
MARIANO JOSE HERRERA VILLERA
MAESTRO M.K
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