Como fruto del excesivo y engañoso populismo religioso, hemos escuchado desde hace mucho tiempo que: "El Cristo vino a pagar por todos nuestros pecados".
Tal afirmación contiene una crasa y falaz ignorancia que viola principios tanto divinos como humanos. Veamos:
Si la muerte de Cruz del Divino Jesús, el Cristo, es entendida por las sectas católicas, evangélicas, pentecostales, protestantes, Testigas de Jehová, etc., como un acto que cancela todas nuestras culpas, todas nuestras responsabilidades, entonces, todos estamos salvos. No tenemos pecado alguno.
Si eso es cierto, habría que eliminar el infierno, pues no habría pecadores a quienes castigar. Y también el cielo, porque ningún humano tendría méritos propios para esa opción celestial.
Como efecto de la cancelación de nuestros pecados, el mismo Cristo desaparecería como Salvador y Redentor nuestro, pues en tales condiciones, no habría nadie a quien salvar, pues pagando él, todos estaríamos salvos.
Adicionalmente, el perdón de nuestros pecados atentaría contra el orden terrenal y contra el Orden Cósmico, Divino. Pues de esa manera, la humanidad carecería de principios de Justicia y se pervertiría el orden social.
En cuanto a la afectación del Orden Cósmico, se eliminaría la ley de causa y efecto, más conocida como Ley del Karma. Y por Analogía y oposición, se eliminaría también la Ley del Dharma, que es su opuesta.
Así las cosas, esa acción supuesta del Cristo, atentaría contra el mandato dado por Dios, cuando en Génesis dijo: "Creced y multiplicaos".
Ese mal entendido concepto, abrogaría también muchas de las 48 leyes que rigen la vida humana en la Tercera Dimensión.
Consecuencia de todo ello, las religiones dejarían de existir como entes morales de carácter público, y solo quedaría de ellas, la parte litúrgica, laudatoria de la Divinidad.
Al eliminarse las religiones como entes morales, la sociedad sufriría un severo impacto en la constitución de sus valores y principios.
Igualmente, algunas religiones que obscenamente negocian con la salvación de las almas, se vendrían abajo y su estructura financiera colapsaría brutalmente. En Roma, por ejemplo, sufriría el PIB, sufriría el turismo, la hotelería, las líneas aéreas, el clero bajo y alto y todo ese complejo andamiaje que lucra del negocio religioso, se declararía en quiebra.
De ser cierto ese adefesio, la humanidad se desbocaría hacia el mal, porque el Cristo habiendo pagado por nuestros pecados, estimularía la comisión de muchos delitos. Haciendo viral la frase: "El mal que yo hago, yo tengo quien lo pague".
Concomitante con todo lo anterior, y consecuencia directa de ese error doctrinal, los 42 Jueces de la Sagrada Sala de Maat, quedarían cesantes, sin oficio.
Afirmamos que todo Juez vive de los que cometen pecado.
Y la frase del apóstol Pablo, se derogaría cuando afirmó: "Yo no conocí la ley, sino por el pecado".
La Escritura Sagrada habla del Cristo como el Justo Juez, el que ha de venir en el día postrero, a juzgar a vivos y muertos. Con lo cual se comprueba que esas religiones populistas y demagógicas, son falaces y mentirosas. No tienen fundamento en la verdad. Están fuera de toda lógica, de toda razón.
Al pagar el Cristo por nuestros pecados, se quita una condición inherente a la Naturaleza Divina, que es la Justicia, es decir, aquella acción en que Dios da a cada quien lo que se merece.
Si eso se hace, el mismo Dios cometería injusticias y dejaría de ser Dios. Dejaría de ser perfecto.
El Cristo vino a vivir y a enseñar los Misterios de la Redención a través de los Misterios de la Cruz. Lo que ocurre con esa demagogia clerical y religiosa, es que la gente no hace nada por salvar su alma, por avanzar y evolucionar espiritualmente. No hacen nada por cumplir el mandato del Génesis, cuando Dios nos ordenó: "Creced y multiplicaos".
La gente es floja y quiere oír palabras edulcoradas y bendiciones falaces de labios llenos de mentiras.
Es por eso la necesidad global del Mesías, del Salvador que viene de afuera a hacer el trabajo que yo no he querido hacer internamente. El verdadero Salvador Íntimo que habita en nuestros corazones está a años luz de una "generación de víboras" que siempre actúa con engaño e irresponsablemente. Una generación en la cual los romanos han visto oportunidad de negocios. De lucro.
Por esa flojera, el Papa León X, en 1.502 crea una forma de pagar los pecados a través de las Indulgencias plenas. Y el 31 de marzo del mismo año, promulga una Bula Papal perdonando todos los pecados de aquellos fieles que colaboraran con la construcción de la Basílica de San Pedro, en Roma.
Para tal proyecto, nombró al sacerdote dominico alemán, Johann Tetzel, quien daba tremendos discursos y sermones presionando y atemorizando a los creyentes, para que dieran grandes cantidades de dinero, de oro y demás bienes a cambio de no ir al purgatorio.
Su habilidad de orador narraba los sufrimientos que padecían las almas, y los que pasarían quienes no colaboraran con la iglesia católica en ese propósito.
Fue tan intensa y repetida su prédica que se volvió famosa su frase:
"Cuando la primera moneda toque el cofre de indulgencia, un alma saltará directa del purgatorio a los cielos".
La construcción de la Basílica de San Pedro, tenía como reto superar en lujos, en arquitectura, en belleza todos los palacios de la nobleza de la época.
En esa forma equivocada y perversa, los nobles y poderosos de esos tiempos, podían comprar un pedazo de cielo católico con indulgencia y pleno perdón de sus horrorosos pecados. Esa fue una de las causas del cisma liderado por Martin Lutero.
Quedó, así mismo demostrado, que esa empresa romana siempre ha estado del lado de los ricos, de los gobiernos y de los poderosos. Y vana es su prédica en favor de los pobres.
Nosotros sabemos que Cristo es Dios manifestado. Por tanto, Cristo es Dios y goza de la misma naturaleza del Padre. Pero Cristo no es cómplice de los pecados de nadie. Y aunque la gente acuda a su Divina Misericordia, hemos de afirmar solemnemente que, la Misericordia no es un permiso para delinquir.
La Misericordia sólo se activa cuando hay verdadero arrepentimiento y corrección de las faltas.
Queda entonces bien claro para el pueblo de la tierra que, es cierto lo escrito en Juan, 3,16.
"De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él crea no se pierda, mas tenga vida eterna".
Aquí creer significa aceptar, seguir sus enseñanzas y vivir con Cristo como modelo y forma de ser.
Por las razones anteriormente explicadas, proclamamos al mundo que, es un engaño decir que Cristo vino a pagar nuestros pecados con su muerte de Cruz. Pues él mismo dijo con Verbo de Fuego: "Yo no he venido a abrogar la ley, sino a justificarla".
Por todo lo cual, concluimos que: EL CRISTO NO ES TESTAFERRO DE NADIE.
MARIANO JOSÉ HERRERA V.
M.K.
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