lunes, 31 de julio de 2017

LA FAMILIA Y LAS VALORACIONES DE LA VIDA


Tradicionalmente se ha dicho que la familia es la célula fundamental de la sociedad;  pero además de eso, la familia es el primer hospedaje de nuestras vidas, el primer nido, la primera unidad de cuidados intensivos, la primera escuela de la vida y  nuestro primer modelo de convivencia humana.
Contrario a lo preceptuado en el párrafo anterior, causa mucha preocupación que la familia,  como seno fecundo donde se forma el hombre actual, está en una grave crisis existencial, en franco y total deterioro, o en riesgo de desaparecer,  por lo menos en cuanto al concepto que de ella se tenía y los valores elementales y trascendentales que promulgaba desde los inicios de la sociedad humana.
Las causas de ese deterioro y riesgo que enfrenta la familia actual son de diversa índole, observándose primeramente que los padres han perdido la función fiscalizadora, ductora y orientadora  de sus hijos y se han convertido en permisivos, en omisivos o en simples dispensadores de alimento, de techo y abrigo para sus hijos.
Por otro lado, también vemos un alto y preocupante número de familias donde no hay triangulación psicoafectiva. Donde la madre ha sido abandonada por el padre irresponsable, o donde la madre ha tenido multiplicidad de parejas o uniones conyugales de las cuales proceden hijos de distintos padres que viven en la más grande e indecente promiscuidad.
No avalamos el concepto de que la familia está siendo sometida a prueba y que,  de esta crisis compleja e in crescendo, pueda salir un nuevo modelo de la unidad fundamental de la sociedad. ¿Quién somete a prueba la matriz que produce y prohíja al ser humano desde su concepción, nacimiento y desarrollo?
Para responder asertivamente la interrogante anterior, debemos poner nuestra capacidad de discernimiento superior en las diferentes variables que inciden sobre la vida familiar y la dinámica social actual.  La hoja de ruta o el flujograma del proceso de deterioro de la institución familiar, es muy simple y está vinculado con las erradas concepciones de la pregunta: ¿Para qué es la vida?
Convencido de que la vida es para hacer dinero, el hombre actual enfoca todos sus esfuerzos en producir dinero, convirtiéndose así en esclavo del capitalismo obsceno e inconsciente que está destruyendo el ecosistema mundial, la biodiversidad de flora y fauna, desertizando toda la tierra y produciendo un calentamiento global que tiene efectos trágicos como el “niño y la niña”, de reconocido impacto desestabilizador y mortal en todas las latitudes del planeta.
Una vez que obtiene el dinero, en la forma que sea, incluidos medios lícitos o los más corruptos y perversos, el hombre actual cae en brazos del consumismo que le devora las entrañas y le produce ese desmedido afán de poseer bienes y servicios que lo atormenta, lo maquiniza y lo aliena, ahogando su esencia, su paz, su sosiego y su salud en un espeso mar de  vanidades o en “un gozo tortuoso” que produce psicoadiccion y que lo extravía de su centro de gravedad  y de  sus objetivos trascendentales.
Afirmamos que las dos etapas anteriores, la del capitalismo y la del consumismo, no podrían materializarse sin la colaboración de las redes sociales, de la tecnología de las comunicaciones, que trabaja para mantener el actual orden de cosas y para convertir a la familia y a sus miembros en robots humanos, en alienígenas, despojados de su capacidad de pensar, de analizar, de sentir  o de ver con los ojos del alma,  mas allá de lo puramente sensorial. Razón que llevó  a François Rabelaias, en la Edad Media, a expresar que: “La ciencia sin consciencia es la ruina del alma.”  

Actualmente los hijos hablan más con la televisión,  con Internet o las redes sociales, que con sus padres o a la inversa. Padres que nunca tienen tiempo para transmitir valores, experiencias, vivencias, para compartir, para escuchar a sus hijos en sus anhelos, en sus problemas,  en sus planes, en sus tristezas, sus ilusiones o  sus proyectos. Dejando así un vacío generacional que forma un inexpugnable muro que impide la transmisión de valores elementales o transcendentales, creando espacios que, a veces  se llenan con drogas, con desviaciones o sencillamente con disvalores que percolan sobre su conducta, su personalidad o sobre las sanas relaciones personales o interpersonales.
La irresponsabilidad de los padres, unida al deseo fornicario, producido por las malas aspectaciones del elemento fuego en el alma humana, han producido la explosión demográfica que pronto culminara con una población mundial de 8.000 millones de habitantes, produciendo más hambre, más miseria y más desigualdades. Creando escenarios para que el Neomalthusianismo se haga cada vez más doloroso y patético.

Preocupante el alto porcentaje de preadolescentes, adolescentes y jóvenes que se convierten en padres o madres careciendo de la necesaria madurez conscientiva y emocional para cumplir acertadamente dicho papel. Todavía más dañino el hecho que los niños estén siendo formados o malformados por medios electrónicos como las tablets, teléfonos  y computadoras que desde la aurora de sus vidas empiezan a manipularlos psicológicamente para su triste papel de robots humanos, alejados del mundo real y sin posibilidades para crear y desarrollar sus propias potencialidades.
Cuando Charles Edward Deming promulgó su Teoría de la Calidad Total, el primer punto que sometió a consideración fue Mejorar las Comunicaciones. La familia actual está enferma, en crisis, pero podría mejorar si todos sus integrantes desarrollaran relaciones basadas en el amor, en el respeto.  Si mejoraran sus niveles de comunicación, si aumentaran su solidaridad, si las responsabilidades fueran asumidas plenamente y compartidas aquellas otras a que hubiera lugar. Si disminuyeran las agresiones físicas, verbales y psicológicas. Si la violencia intrafamiliar disminuyera totalmente. Si los padres enseñaran más con el ejemplo que con huecas palabras, podría sustancialmente mejorar el mapa ecográfico de la familia actual.
La tolerancia sana no puede convertirse en permisividad; sino que al contrario, debe constituirse en respeto a los demás y en oportunidad de aceptar nuestros límites y aceptar el libre albedrío de los otros. Necesitamos incrementar y robustecer valores espirituales que normen y trasciendan nuestro  paso temporal por estas tierras.  Estos valores tienen que promulgarse y arraigarse desde el seno de la familia, para que haya un sano equilibrio entre nuestro origen divinal y nuestra naturaleza humana. No perdamos de vista que somos seres espirituales que pasamos por una experiencia humana.

Meditemos de momento en momento, que como seres humanos,  podemos ser grandes, inmensos en el seno de la Gran Cosmicidad si trabajamos y vivimos no solo de acuerdo a parámetros terrenales, sino a preceptos espirituales. Inaplazable entonces redimensionarnos, quitarnos los harapos con que estamos vestidos y desnudos a la vez. Es urgente que el Aristipo interior muera y que nos demos cuenta que nuestra ciudadanía está en los cielos infinitos. Aprender, reconocer que el cielo no es un lugar, ni un tiempo sino un estado de la consciencia. Aceptar estoicamente que: quien no trabaja constantemente para formar su propio cielo, sin quererlo está trabajando para construir su propio infierno.
Inaplazable que todos los miembros de la familia humana hagan un acto de profunda constricción, de autoanálisis, de revisión hacia adentro y que cada uno se motive a mejorar radicalmente en aras de la perpetuación de los cimientos de la institución familiar, que más allá de lazos genéticos son lazos espirituales, de amor, de cariño,  de solidaridad, de presencia, de reciproca ayuda y de sano compartir en el tempestuoso mundo en que vivimos. Solo así podremos equilibradamente exclamar como Fenelon, el filósofo francés: “ Amo a mi familia más que a mí mismo, amo a mi Patria más que a mi familia, pero amo a mi Dios más que a mi Patria.”
Grecia fue una tierra de esplendores que conoció y vivió una avanzada civilización encabezada por los 7 Sabios. En esa geografía helénica se construyó la ya olvidada ciudad de Thelema cuyos habitantes acordaron hacer cada uno lo que les viniera en gana. La ciudad no pudo ni desarrollarse, ni avanzar en su cronología y finalmente desapareció. Similarmente, si cada uno de los miembros de la familia contemporánea quiere hacer solo su voluntad y no acogerse a los cánones y preceptos de mutuo respeto, obediencia, colaboración, ayuda y cumplimiento de sus respectivos roles, entonces la malhadada suerte de la antigua y brumosa Thelema se cernirá sobre todos nosotros.

Dios guarde al Rey. OM TAT SAT. IAO
MARIANO JOSE HERRERA V.
V.M. M. K.

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