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El Maestro y el discípulo son como el
contenido y el continente. Como la forma y el vacío. Se complementan. El Maestro
necesita del discípulo para agrandar y perpetuar su obra. Es como la semilla y
el campo. El campo no daría fruto sin la semilla y la semilla no se convertiría
en fruto si no fuera por el campo que la recibe, la abraza y la
multiplica.
Lo anterior es una verdad plena. Un axioma trascendente. Sin embargo, en
la dinámica iniciática hay muchos altibajos, muchos encuentros y desencuentros
entre la vida de un Maestro y la de sus discípulos.
Hay niveles y procesos del Maestro que no son comprendidos a cabalidad
por el discípulo y que por lo tanto son criticados por él.
Hemos conocido casos en que el discípulo sigue rigurosamente al Maestro,
con una devoción, con una lealtad rayana en el fanatismo. Mas andando el
tiempo, se convierten en críticos encarnizados, en perseguidores y
calumniadores del Maestro. Aunque eso no quiere decir que todos los discípulos
sean traidores. No. Porque hay quienes por su disciplina, su oración, su Fe, y
su sana doctrina son gloria y honra de la enseñanza, y de la obra del Maestro.
Es más, muchos discípulos, como en el caso de cristianos y budistas, son
guardianes celosos de sus doctrinas y trabajan honradamente para perpetuarlas.
El mejor discípulo es el que sigue y comprueba las enseñanzas del
Maestro. Es quien practica fervientemente aquel proverbio latino: "Primum“
intelligere, deinde credere.”
Quien desarrolla una disciplina seria, permanente. Quien alza los ojos
hacia el cielo, sin dejar de pisar la tierra. Quien obedece al Maestro sin volverse
ciego, ni fanático. Quien sabe que en el Maestro están todos los Maestros.
Quien sigue más a su propio Maestro que al Maestro externo. Quien poco a poco va dejando las
tinieblas, en búsqueda de su propia luz. Quien anhela profundamente poner un
sol, una estrella en la vastedad del infinito Universo. Quien va dejando poco a
poco el mundo purgatorial y tomado de la mano de su Madre Divina, utiliza
plenamente el don de Kriyashakti para reproducirse como hombre solar. Ese es el
mejor discípulo. El
discípulo que honra al Maestro y que glorifica al Cristo, ese es el mejor
discípulo.
Por esas razones no hay que entrar en vertiginosis. Sino que gozosos,
plenos de luz, y como rosas encarnadas en el jardín del Señor, tengamos siempre
la humildad de reconocer que: “El hijo no es más que el Padre. Bástale al hijo
ser como su Padre.”
El discípulo no es más que el Maestro. Bástale al discípulo ser como su
Maestro. Así es. Así es. Así es.
SAAAALLL
TUUUUULLL UUUUUULLL!!!!!
MARIANO JOSE HERRERA VILLERA
MAESTRO M.K.
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